La traducción de nombres propios: cómo Kermit se convirtió en Gustavo

¿Quiénes son Bert y Ernie? ¿Unos personajes que viven en la calle Sésamo? ¿Y son vecinos del Monstruo de las Migas y la rana Kermit? No entiendo nada…

Efectivamente, estos personajes son conocidos en España como Epi y Blas, viven en Barrio Sésamo y entre sus vecinos se encuentran el Monstruo de las Galletas y la rana Gustavo. En su día se “tradujeron” sus nombres de esa manera en nuestro país y ya forman parte de nuestra cultura. Sin embargo, en el español de Latinoamérica, esos nombres tienen otras variantes. Y lo mismo pasa naturalmente con otros idiomas: cada lengua tiene sus adaptaciones, que no siempre se corresponden con el original inglés, como ocurre con la “traducción” alemana de “Cookie Monster” (nuestro Monstruo de las Galletas), que se convierte en el Krümelmonster (literalmente, el Monstruo de las Migas, que saltan desperdigadas cuando “Triki”, otro de los nombres con el que lo conocemos en España, devora sus galletas).

¿Se traducen los nombres propios? En principio, podríamos pensar que no, pero ya vemos que la cosa no es tan sencilla. Como todo en traducción, la respuesta es que depende. Hay traducciones que ya están asentadas en nuestra lengua y las utilizamos sin pensar: decimos Londres y no London, La Haya y no Den Haag, Julio Verne en lugar de Jules Verne y La flauta mágica en vez de Die Zauberflöte, por poner solo unos ejemplos. Estas traducciones, o adaptaciones, han pasado a la lengua de destino, es decir, la lengua a la que se traduce, y se han aceptado como propias.

Pero eso no queda ahí. Además de ciudades, personas o títulos de obras literarias o artísticas, entre otros, también hay nombres de productos, como, por ejemplo, modelos de coche. Un caso muy sonado, aunque quizá por otros motivos, fue el del célebre Mitsubishi Pajero. Este nombre, que pretendía hacer referencia a un felino sudamericano, no era el más adecuado para los mercados hispanohablantes por sus connotaciones vulgares. Después de años comercializándose con este nombre, el modelo se rebautizó como Mitsubishi Montero en estos mercados. Otro caso similar es el del Daewoo Espero, que en algunos países hispanohablantes, entre ellos España, se denominó Aranos. O quizá mucha gente no sepa que un Vauxhall en Inglaterra es lo mismo que un Opel en el resto de Europa.

También hay nombres propios que tienen un contenido semántico, esto es, un significado, que se debe transmitir. Este es el caso de personajes literarios, como por ejemplo Pippi Calzaslargas, del original sueco Pippi Långstrump, y que se ha traducido a multitud de idiomas: Pippi Langstrumpf (alemán), Pippi Longstocking (inglés), Pippi Calzelunghe (italiano), Pippi Langkous (neerlandés)… La historia y el nombre de Pippi perdería todo el sentido si no se tradujera su apellido.

Lo que pretendo ilustrar con estos ejemplos es que la traducción de nombres propios es una labor mucho más compleja de lo que parece a simple vista. En principio, el nombre en cuestión se debe traducir si ya existe una traducción establecida en la lengua de destino (por ejemplo, Florencia por Firenze, en el caso del español), ya que esa es precisamente la palabra que espera encontrar nuestro lector. Muchos casos siguen siendo muy discutidos, por diversos motivos, no siempre lingüísticos, como es el caso de los topónimos (nombres de pueblos y ciudades) de las distintas regiones españolas con dos lenguas oficiales. Y tampoco podemos “fiarnos” a ciegas del texto original: como hemos visto, hay muchísimos casos en que no basta con traducir sin más, sino que hay que documentarse y averiguar cómo se llama el producto o la obra en cuestión en una lengua determinada. Por supuesto, en caso de duda, sea del tipo que sea, lo más recomendable es siempre consultar al cliente porque, como es bien sabido, el cliente siempre tiene la razón. :-)

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